Los calamares se distinguen de los pulpos en los diez tentáculos que caracterizan su morfología, los tres corazones que bombean su sangre y (más importante) el sabor exquisito de su carne, reconocible en las anillas a la romana, uno de los platos marineros más populares en España. Este hecho explica en parte la alta demanda de Proveedor de anillas a la romana congeladas para hosteleria nacional.
Congelados o frescos, los calamares a la romana presumen de ser una de las recetas más longevas de nuestra gastronomía. Sin embargo, no fueron los coetáneos de Marco Aurelio, Cicerón o César quienes inventaron este plato. Tampoco es un plato popular (ni consumido) en la actual capital italiana. Este sería un origen veraz, ciertamente, por la tradición marinera de esta civilización mediterránea. Pero la realidad es bien distinta.
De acuerdo con los historiadores, la invención de los calamares a la romana es obra de jesuitas portugueses quienes, hacia el siglo XVI, popularizaron en Japón uno de platos que tomaban durante la Cuaresma. Hablamos de la ‘tempora ad quadragesimae’, delicia que guarda evidentes similitudes con las anillas a la romana.
Como resultado del contacto entre portugueses y nipones surgió la tempura, una «comida de origen japonés preparada con verduras o pescados fritos, previamente rebozados en harina», citando a la RAE. Este plato fue el que derivó en las anillas a la romana que se consume hoy y que deberían abandonar este apelativo o sustituirlo por otro más adecuado. (Este error nominal está presente en otros bocados típicos de la cocina española, como la ensaladilla rusa que en realidad nació en los fogones belgas).
En cualquier caso, el molusco marino que da nombre a este plato es un alimento propio de césares, debido a la ingente cantidad de vitaminas y propiedades que aporta: ácidos grasos omega 3, selenio, hierro, yodo, vitaminas B12 y E, etcétera.