Un día decidí que no regalaría más: solo cumpleaños y a las personas más cercanas. Y es que existen tradiciones que a golpe de rutina se convierten en trámites y no hay nada peor que eso. Si uno quiere regalar porque quiere hacerlo, porque lo siente, perfecto. Pero si lo único que haces es ir a un centro comercial corriendo y coger lo primero que ves “para quitarlo de en medio”, mejor dejar de hacerlo.
Yo me harté de cumplir con trámites… y no me fue muy bien. Recuerdo el primer Reyes al que me presenté en casa de mi familia. Claro, yo había dicho que no iba a regalar nada, pero la gente no me tomó muy en serio porque yo siempre estoy con “mis historias”. A última hora, como soy socio del central lechera club y tenía bastantes puntos acumulados me pareció original regalarle a mi madre una taza personalizada con una foto de muchos años atrás que sabía que le gustaba mucho.
En ningún momento pensé que a nadie le iba a parecer mal que solo hiciera un regalo, en el fondo se trataba más de un detalle que de un regalo, pero a mi padre, por ejemplo, no le hizo mucha gracia. Todo el mundo tiene su corazoncito, y supongo que esperaba otro regalo ‘personalizado’ para él. De aquel Reyes aprendí que si quieres no regalar, entonces cúmplelo a rajatabla: no regales a nadie.
Pero tampoco funcionó. Al siguiente evento en el que había que regalar (no recuerdo cual) yo seguí recibiendo regalos, a pesar de que había insistido en que no quería. Y noté que la gente ponía caras cuando confirmaban que no, que iba en serio en lo de no regalar. Con esas miradas me llamaban ‘desagradecido’ y cosas así. Y esta vez tampoco traje ningún regalo del central lechera club, así que, por lo menos, mi padre se quedó tranquilo.
Tras un tiempo en huelga de regalos, decidí que lo mejor era volver al redil. Si al final voy a enfadar a la gente, mejor seguir con la rutina de dilapidar dinero haciendo regalos absurdos pero quedando bien, ¿no?