Nunca pensé que llegaría este momento, pero después de 20 años con este negocio ha llegado el momento de cambiar el chip. Cuando hace dos décadas me embarqué en el proyecto de organizar conciertos muchos amigos me miraron extrañados: “¿pero cómo te metes en algo así sin tener ni idea?”. Era verdad, no tenía ni idea, pero fui aprendiendo poco a poco tanto de los errores como de los aciertos.
Es un trabajo muy satisfactorio, pero también muy duro, y creo que es el momento de aprovechar la buena coyuntura económica y del propio sector en el que trabajo para vender la empresa. Hace tiempo que vengo oyendo ‘cantos de sirena’ de otras compañías del sector. Al principio, me lo tomaba a broma, pero poco a poco las ofertas iban cada vez más en serio hasta que acudí a un servicio de valoración de sociedades para estar al día del valor real de mi proyecto: si quería escuchar ofertas lo primero era conocer de forma lo más objetiva posible cuánto valía mi empresa.
Ahora recuerdo los primeros conciertos que organicé en mi pequeña ciudad: desastres absolutos de dinero pero que dejaban un regusto dulce por acercar al público a grupos que me gustaban. Pero cuando un año más tarde de empezar tuve que pedir un pequeño crédito para no tener que cerrar el ‘negocio’, me di cuenta que lo de organizar conciertos no debía ser una labor ‘benéfica’: debía intentar ganar dinero, porque era la única forma de seguir ayudando a grupos que me gustaban.
A partir de ahí, siempre he tenido problemas con algunos artistas, y es que siempre hay personas cándidas dentro de este negocio que piensan que el dinero llueve del cielo, y que los promotores de conciertos no comen. Algunos me llegaron a llamar ‘pesetero’, pero son gajes del oficio.
Ahora que ha pasado tanto tiempo, puedo mirar al pasado con satisfacción. Hice lo que quise y me adapté a las circunstancias. Si lo que me dicen desde el servicio de valoración de sociedades se ajusta a la realidad, tendré suficiente colchón para embarcarme en nuevo proyecto… mucho menos intenso.