Nomenclatura de las botellas de vino en función de su tamaño

De la mignonette al gigante de cristal bautizado como «Melchizedek»: las botellas de vino han experimentado una drástica evolución desde que el vidrio sustituyera a la arcilla en el siglo diecisiete. Existe una curiosa nomenclatura, inspirada en personalidades de la Biblia, que se emplea para denominar cada botella frances, germana, española y otros mercados en función de su capacidad.

Las botellas convencionales, de setecientos mililitros, transportan la mayor parte del mercado vinícola. Su tamaño no es casual, sino la equivalencia de la capacidad pulmonar de un ser humano (el cristal se soplaba antes del surgimiento del prensado y otras técnicas modernas).

Un escalón por debajo de estas botellas, en términos de capacidad, están las mignonettes o mini botellas de vino, de escasos doscientos ml. Su producción se destina, mayormente, a sectores como el hotelero o para nutrir selecciones de regalo. Otros formatos reducidos son los «Piccolo», «Chopine» y «Fillette».

Por su parte, las botellas «Mágnum» duplican la capacidad del formato estándar, almacenando hasta el litro y medio de vino. Se reserva para eventos destacados, como fiestas de Año Nuevo, celebraciones nupciales, etcétera. Mayor es el contenido de las botellas «Jeroboam» o «Rehoboam», dos formados con capacidad para albergar de tres a cinco litros de espirituoso.

De seis litros es la botella conocida como «Mathusalem». Aunque esta figura bíblica se utiliza en lengua española como sinónimo de edad avanzada, en este contexto no alude al envejecimiento del vino.

Con sus nueve litros, Salmanazar equivale a doce botellas estándar y debe su nombre al monarca asirio que se menciona en el Libro de los Reyes, siendo conocida a su vez como «Mordechai». En honor a Nabucodonosor II, la botella de quince litros es conocida como «Nebuchadnezzar».

Encabezando el ranking de botellas con mayor capacidad, los formados denominados como «Balthazar» y «Melchizedek» pueden contener doce y treinta litros, respectivamente. Queda demostrado que, en cuestiones vitivinícolas, el tamaño sí importa.