Las caravanas viven su edad dorada con el auge del turismo itinerante y el interés por la compra y el alquiler de este remolque habitable. Incluso la venta caravanas segunda mano se ha disparado en los últimos años, pese a que esta modalidad de viaje sigue generando dudas entre los interesados, por las peculiaridades del vehículo y el alcance de la inversión.
Comprar o alquilar son dos formas de iniciarse en el caravaning, con pros y contras que deben sopesarse. Históricamente, la decisión de adquirir una caravana era la única vía posible. Pero las nuevas generaciones, menos predispuestas al compromiso, se sienten más cómodas con los beneficios del alquiler, enfoque que permite probar distintos modelos y marcas de caravana.
Los perfiles más inseguros encuentran en el alquiler de caravanas una oportunidad de descubrir y concretar las propias necesidades. Si conceptos como la caravana de dos o tres ambientes o fabricantes como Knaus, Fendt o Weinsberg son desconocidos, alquilar es la mejor forma de minimizar riesgos mientras se prueban distintas combinaciones.
Como sucede a los bienes inmuebles, la caravana alquilada supone una pérdida de libertad, que tal vez sea el quid de este tipo de vehículos. Tenerla en propiedad proporciona total autonomía de horarios, tiempo de uso y modificaciones —la personalización juega un papel significativo en la experiencia del caravaning.
Por otra parte, adquirir en propiedad una caravana implica una depreciación inmediata, lo que reduce la rentabilidad de esta inversión. Cuando se alquila, se evitan compromisos financieros a largo plazo y se disfruta de una mayor flexibilidad, que sin duda repercute en el presupuesto disponible para viajar.
Los gastos asociados a una caravana pueden sorprender a los primerizos: el alojamiento en campings, las revisiones del sistema eléctrico y de gas, la ITV extra que requieren las caravanas de una cierta MMA, etcétera. Alquilar es una forma de comprobar el impacto de estos costes en las finanzas personales.