La viticultura es uno de los grandes reclamos del turismo en Galicia, comunidad ligada al cultivo de la vid desde época romana y que hoy elabora algunos de los caldos más laureados del sector, como el albariño condes de albarei o sus competidores de Martín Códax y Viña Costeira.
Que la uva albariño sea la más cultivada y famosa no es de extrañar, a la vista de su origen remoto. Tradicionalmente, se atribuye su introducción en esta CC. AA. a los monjes de la orden monástica de Cluny que fijaron su residencia en el monasterio de Armenteira. Sin embargo, el análisis reciente de las semillas de O Areal ha demostrado que la domesticación de las vides autóctonas se remonta a los tiempos de la Lucus Augusti, primera urbe romana en tierras gallegas.
Pero el albariño es sólo una de las muchas variedades de uva blanca disponibles en Galicia, donde también se cultiva la loureira blanca, la torrontés, la caiño blanco, la godello o la treixadura. Aunque ligeramente eclipsados, los tintos y crianzas también deslumbran en esta CC. AA., con uvas tan célebres como la mencía, la pedral, la castañal, la espadeiro y la caiño tinto, entre otras.
Pese a lo anterior, una parte significativa de los consumidores, especialmente extranjeros, asocia el vino de Galicia con el albariño. Sin embargo, los datos son demoledores al respecto: aquí se cultivan más de sesenta y cinco variedades autóctonas, con uvas tan singulares y desconocidas como la Ratiño o la Brancellao.
Pero las rarezas de la viticultura de Galicia no terminan en sus variedades de uva. También los métodos de producción sorprenden al visitante extranjero. Uno de los más llamativos es la fermentación con lías, consistente en la adopción de manoproteínas y otras sustancias durante la autolisis en barricas y en depósitos de acero inoxidable. Estas levaduras muertas reciben el nombre de «lías».