Cuando toca viajar desde Santiago y hay que dejar el coche en algún sitio, te das cuenta de que los aparcamientos aeropuerto Santiago son como un salvavidas para no volverte loco pensando en dónde lo dejas o si te lo van a rayar mientras estás a miles de kilómetros. No es solo aparcar y ya, sino encontrar ese lugar que te deje dormir tranquilo en el avión sabiendo que tu fiel compañero de cuatro ruedas está bien cuidado, ya sea que te vayas un finde a Madrid o un mes a la otra punta del mundo. He probado unas cuantas opciones cerca de Lavacolla, y te juro que la diferencia entre jugártela en la calle y pillar un parking decente es como elegir entre un café de máquina y uno recién molido en casa.
Los precios son lo primero que miras, porque nadie quiere gastarse un dineral solo por dejar el coche quieto, y en los aparcamientos aeropuerto Santiago hay para todos los bolsillos. El parking oficial de Aena, que está pegadito a la terminal, te cobra unos 10 euros al día si vas sin reserva, pero si te mueves con tiempo y lo pillas online, te puede salir por 6 o 7, lo que no está mal para algo tan cerca que casi puedes oler el combustible de los aviones. Luego tienes los low cost como Aparking Fly, a un par de kilómetros, donde por 4 o 5 euros al día te incluyen un traslado en furgoneta hasta la puerta de salidas, y la última vez que lo usé, el conductor hasta me ayudó con la maleta mientras me contaba chistes malos. Para estancias largas, algunos ofrecen tarifas planas que te bajan el coste a 3 euros diarios si te quedas más de una semana, ideal si te vas de vacaciones largas y no quieres volver arruinado.
Reservar online es un invento que me ha salvado más de una vez, porque llegar y encontrar sitio sin estrés es oro puro. Con el parking de Aena, entras en su web, metes las fechas y en dos clics tienes tu plaza asegurada; la última vez que lo hice, me mandaron un QR que escaneé al llegar y listo, ni colas ni historias. Los privados como Parking Santiago o Compostela también tienen sus plataformas, y lo bueno es que suelen darte extras como lavado exterior por un par de euros más; yo dejé mi coche en Compostela antes de un viaje a Lisboa, y cuando volví estaba tan limpio que parecía que me lo habían cambiado por uno nuevo. Eso sí, hay que calcular bien la hora de llegada, porque si tu vuelo se retrasa, algunos te dan hasta 4 horas de margen gratis, pero otros te clavan un suplemento si te pasas.
Las plazas cubiertas son mi debilidad, sobre todo en Galicia, donde la lluvia es como un vecino que no se va nunca. El parking general de Aena tiene una zona bajo techo que te libra de encontrar el coche empapado o lleno de hojas después de una tormenta, y aunque cuesta un pelín más, unos 8 euros al día con reserva, merece la pena si tienes un coche al que le tienes cariño. Los low cost también ofrecen cubiertas; en Aparking Fly, por ejemplo, pagué 6 euros diarios por una plaza techada, y cuando volví de Barcelona tras una semana, mi coche estaba seco y sin un rasguño, algo que agradezco porque odio ese momento de sacar el trapo para limpiar el parabrisas antes de arrancar. Si vas a lo barato y no te importa el aire libre, las plazas descubiertas son la norma en sitios como Parking Bacar, y con vigilancia 24 horas, no te preocupas tanto.
Elegir la mejor opción depende de tu viaje, y ahí es donde te toca pensar un poco. Si es un viaje corto de trabajo, como cuando fui a Bilbao por dos días, el parking exprés de Aena a 3 minutos andando de la terminal es perfecto, aunque te clavan 15 euros por 24 horas; es caro, pero la comodidad de dejar el coche y correr a facturar no tiene precio. Para escapadas largas, los low cost con traslado son mi recomendación, porque te recogen en salidas cuando aterrizas y te ahorras caminar con maletas bajo la lluvia; mi hermano usó Parking Santiago para un mes en México, y dice que el servicio de recogida fue tan puntual que parecía que lo estaban esperando con café. Si llevas niños o mucho equipaje, busca los que tienen sillas infantiles en las furgonetas, como Aparking Fly, que me salvó con mi sobrino y su montaña de trastos.
Cada vez que dejo el coche en uno de estos aparcamientos aeropuerto Santiago, siento que me quito un peso de encima. Entre los precios que no te rompen el banco, las reservas que te dan control y las opciones cubiertas que desafían el clima gallego, hay algo para cada tipo de viajero. Es como un pacto de confianza: tú te vas a disfrutar, y tu coche se queda en buenas manos hasta que vuelves.