Renueva tu hogar con un toque de color

La idea de pintar casa en Santiago siempre me ha parecido una forma sencilla y a la vez muy efectiva de dar un aire nuevo a mi hogar. Cuando me planteé renovar las paredes, sentí una mezcla de emoción y de respeto por la tarea que tenía por delante. Sin embargo, con un poco de paciencia y la orientación adecuada, descubrí que no hacía falta ser un experto para transformar por completo el ambiente de cada estancia. Lo primero que hice fue detenerme a contemplar las habitaciones, pensando en qué sensaciones quería lograr. Los colores influyen más de lo que muchos imaginan: el blanco transmite limpieza y amplitud, los tonos pastel aportan serenidad, mientras que los rojos o amarillos intensos pueden avivar el espíritu de una sala. Tenerlo claro desde el principio me ayudó a no perder el rumbo.

Antes de ponerme manos a la obra, aprendí que cada superficie requiere una preparación. Las paredes tienen su carácter, y no basta con cubrirlas con pintura de forma automática. Primero limpié el polvo y comprobé si había desperfectos que necesitaban algo de masilla o lija. El objetivo era tener un lienzo lo más uniforme posible, sin humedades ni grietas. Además, elegir la pintura adecuada marcó la diferencia. Las opciones son casi infinitas: pintura plástica, ecológica, con acabado mate o satinado, resistente al moho… En Santiago, el clima suele ser húmedo, así que me decanté por una pintura con tratamiento antihumedad en las zonas más propensas a ello. Fue una inversión que agradecí con el tiempo, al ver cómo las paredes resistían sin problemas.

A la hora de pedir presupuestos, descubrí que vale la pena comparar. Los pintores locales suelen ofrecer diferentes tarifas según la extensión de las paredes, la altura de los techos o la complejidad del trabajo. Aunque algunas propuestas me parecieron elevadas, comprendí que un acabado profesional justifica el gasto. Además, preguntar por los materiales incluidos y por el tiempo estimado de ejecución me dio cierta tranquilidad. Sin embargo, también existe la opción de hacerlo uno mismo, siempre y cuando se cuente con el tiempo necesario y un poco de destreza. No es tan difícil si uno se arma de brochas, rodillos y cinta de carrocero, y sigue con paciencia cada paso.

Para no sentirme abrumado, me propuse pintar una habitación por vez. Empecé por un dormitorio donde el color anterior ya me parecía desvaído. Decidí aplicar un tono pastel relajante, algo así como un azul suave que invitara al descanso. Cerrar la puerta después de terminar y abrirla al día siguiente resultó sorprendente: la luz, el ambiente y la atmósfera eran distintos. Ese pequeño éxito me animó a continuar con la sala de estar, donde me atreví con un tono más cálido que potenciara la luz natural. Con cada pincelada, el hogar iba recuperando vitalidad, y me sentía más seguro de mis elecciones.

Cuando hablé con amigos sobre esta experiencia, muchos me confesaron sus temores: que las paredes quedaran con marcas, que el color no fuera el deseado o que el tiempo invertido no valiera la pena. Al final, constaté que el truco es ser paciente, organizarse bien y no precipitar la elección de colores. Además, no hay que olvidar que la pintura es más que un mero revestimiento: es una forma de expresar la personalidad de quien habita el espacio. Ahora disfruto de mi casa con la satisfacción de haber tomado una buena decisión, y sé que pintar casa en Santiago no es una tarea reservada a expertos, sino una aventura creativa que cualquiera puede afrontar si se lo propone.

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